viernes, 7 de octubre de 2016

La fuerza, el respirar, la lágrima.

He recogido los frutos de las enseñanzas de mi madre.
Mi abuela, sentada, me contó que no tenía fuerzas.
Mi abuelo, sin estar, me daba todas las del mundo.

He escupido tras aquellos pasos mal calculados
y me dejaron en fosos llenos de cemento.
Y ahí,
quieta,
pensaba en el aullar de los lobos
en pleno silencio nocturno
con los ojos al cielo
clamaba que me sacarán, 
a rastras
que me sacarán de la caída libre más grande.

Lloré por mí, no por nadie. 
Lloré por las fuerzas que me quitaron
por las espigas que me apresaron la falda
por las lágrimas que me cercaron el paso.

Y respiré,
por la luz que apareció
entre la muchedumbre
abriendo en mi cabeza
las retinas enclaustradas
entre los barrotes
de la niñez.