Soy una experta en meteduras de pata con tu nombre. Por eso dejé de nombrarte. También para dejar de pensar en ti y en tu color azul-amarillo.
Eres el aullido del lobo que suena a las 12 una noche de luna llena. Tras eso, todo silencio. Envuelves oídos que lo que de verdad quieren son ruidos ensordecedores que les llenen la cabeza de ideas y no de vacíos. De tus vacíos.
Sobrevuelas con alas de plumas blancas cegadoras y te alejas como si nada, sin siquiera mirar atrás y ver el destrozo que has formado en cada centímetro de mi piel. Has desordenado los lunares y aún no han encontrado su sitio. Has revuelto el pelo y sigue sin ser el de siempre. Has gritado mi nombre y este, ahora, no hace caso más que a ti, y ya no estás.
Te he dicho que sí muchas veces y nunca me escupí ningún no. Creo que eso te dio fuerzas para correr sin mi, para correr y dejarme atrás. Para correr y no darte cuenta de que no podía seguirte el ritmo. Para correr y no ver como me iba apagando poco a poco. Disparaste una bala perdida y no acabó en otro sitio más que en mis tobillos. Ahí se acopló y susurro que no corriera, que él no quería que corriera más, que yo no tenía fuerzas, que el barrio alto te quedaba muy lejos y el mar en la frontera entre todo y nada.
Un hilo de sangre, recuerdo,
me pasó desde los ojos hasta los dedos.
Escupí algo así como
"vuelve"
pero no dijiste nada,
ni siquiera miraste atrás.
Si lo hubieras hecho habrías visto que acababa de cortar las alas que había conseguido que surgieran cuando ni siquiera sabía que podía volar.
Soy esa que se cubrió las espaldas con una armadura a prueba de quemaduras y no lo sabía hasta que te fuiste. Cuando todo se cubrió de tristeza y Roma ya no estaba delante. París se había esfumado. Y yo te esperaba.
"¿Quedamos en tu herida o en la mía?" (Carlos Salem)
Sobreviví a base de querer verte y no olvidarte.
Te quedaste ahí plantado cuando lo intenté.
Me olvidé de todo, y las heridas se hicieron cada vez más grandes.
Los días pasaban
y no quedaba más
que una espina
a punto de explotar
un globo
lleno de
espacio
sin estrellas
que estaban
a punto
de explotar
para olvidarse
de todo
su alrededor.
Explotan a mi lado pompas de jabón que destruyen poco a poco la tela de mi ropa. Me quedo desnuda, ante ti, tiritando de frío y tú ahí, mirando hacia otro lado. Mirando a otro culo que anda demasiado lejos para tenerlo todos los días.
Llevas los ojos pintados de lágrimas y construyes con cada respiración un océano verde-amarillo.
Eres todo y eres nada. Te lloro hoy, tras saber que no hablar contigo es algo así como dejar de vivir minuto a minuto.
Descorcho una botella y bebo de la copa que dejaste vacía cuando huiste sin decir a donde ibas.
Apareciste en una playa que te llenaba tanto que yo, a su lado, no era más que una charca con ranas curioseando. Le escribiste el universo y a mi, di gracias pro eso, me regalaste una sonrisa. Que puta ironía eso de que eres igual que todos pero no. Que sabré yo de querer a alguien si cuando me pongo los tacones se me cae el alma al suelo si no estás.
Porque ya no estás ni cuando estoy riendo.
Que puta ironía eso de querer tenerte aquí y saber que tú quieres estar con ella, a 400 kilómetros y disparándole al corazón. A ella, seguro, aún no la has matado.
Pero a mí sí.
Y aquí sigo, como si supiera sobrevivir en un universo sin tu calma al otro lado de las palabras que nos separan.
Ya no volveré a
estar en tu coche
esperando a que
me lleves a casa
y me ofrezcas otra
con sabor a mar.