El tiempo se convirtió en verso
cuando decidiste recordarme
que yo era yo
y no necesitaba a nadie más.
El tiempo se convirtió en verso
en ese pequeño instante
en el que pillé a tus ojos
clavados en mi voz.
El tiempo se convirtió en verso
en el momento exacto
en el que decidí besarte,
y no lo hice.
El tiempo se convirtió en verso
cuando el humo del cigarro desapareció,
cuando tus manos se pegaron a mi cuerpo,
justo cuando el verso
se convirtió en beso.
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