Te vi entre los escombros de mi cabeza
y concebí el mañana con dos manos de más.
Me encanté
viéndome abrir la cristalera y cerrar los ojos
para escuchar el eco del universo.
Yo soñaba con verme
tú no hiciste más que mirarme;
teníamos entre las manos la firma con saliva en el pecho.
Eché a volar con las plumas que me crecían de la cabeza,
volaste cogiéndome de las manos llenas de aire.
Aguanté el paso rápido del tren
dejando tras de sí una humareda
en la que el polvo se encargaba de cerrarme los pulmones.
Tú me ayudaste a salir a flote,
acampaste entre la rutina y lo instintivo.
Nos llovimos,
sin darnos cuenta nos llovimos
tanto tiempo
que al final
el dolor
acabó
por doler
como si no hubiese una cama libre en la que anidar.
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