Acostarme con sabor a cerveza,
y olor a ti,
y a tu recuerdo.
Levantarme con tus ojos
clavados en mi cuerpo,
y tus manos
en mi pelo.
Y despertar,
y notar la cama vacía,
tu espacio,
sin ti,
mis ojos,
mirando la pared,
se preguntan por qué no estás.
Y así,
día tras día,
todo igual.
Subo la persiana,
y lucho contra el sol,
cegador,
y no hay besos de buenos días.
Desayuno,
y ya no hago café para dos,
solo para mi,
y siempre,
siempre,
me sobra para ti.
Y me cambio,
y salgo a sonreír a las palomas,
por que ellas me escuchan
a cambio de un poco de comer.
Y se escapan al llegar
una ventisca.
Y me abrigo más,
y me voy,
pensando,
siempre pensando,
que quizás estás en casa,
pero no.
Y por eso he aprendido
que los errores
tienen su parte mala
y su parte putada.
La parte mala
se basa en no sonreír al mundo,
o, en todo caso,
lanzar sonrisas tristes
de esas que deprimen con solo mirar.
Y esa no soy yo.
La parte putada es
que ahora paso mis días
dando vueltas,
y tu cuerpo ya no está,
ni en el desayuno,
ni en la comida,
ni en la cena,
ni en la cama.
Y no te veo,
y esa es la peor putada.
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