en el costado izquierdo,
por si en algún momento necesitas huir
sin las llaves de casa
y las costillas rotas.
Hay una espiral de sentimientos,
un remolino de ideas
y un terremoto de calmas y tempestades.
No me quedan ilusiones a las que agarrarme
y rehuyo de acabar el camino
sin aprender
a sorprenderme
echando a volar a cada palabra.
No me quedan mares en las pestañas
porque me ahogué en ellos
cuando apenas contaba con 14 años
y decidí quedarme a vivir en ellos.
Echando de menos vuelvo
al hogar del que me sacaron
y me dejaron a tientas
criándome entre una manada de opresores y oprimidos.
Se me ató por los pies cuando quise huir,
se me enseñó a callar y obedecer.
Por eso no creo en las normas.
Porque nos cambian
las agallas
por miedo
y el amor
por odio.
Aún así, salí a flote cuando apenas contaba 18.
Me llevé a la mochila los libros y las palabras.
Los escenarios me los comí a base de pisarlos
y yo, cantándole a la vida
y dándole las gracias,
sonrío,
porque sigo viva
en medio del tedioso
y humillado
camino.