rastrojos
y quemaduras en los talones.
Me duelen los pasos por no saber
dónde para el tiempo y respirar,
necesario -tanto- como el alzar la vista.
El tren pasa rápido y me deja
con las prisas y las maletas
en la última parada
de la sábana blanca.
La pureza,
en mí,
ya no tiene hueco.
Llevo una hija en las entrañas.
Un marido en la cabeza de mi madre.
Y un par de nietos para mi padre.
Nadie se da cuenta
de que no me veo
ni con los pies en el suelo.
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