Podéis romperlas,
siempre llevo la aguja en el bolsillo
por si me toca pinchar o coser.
En eso estamos,
o camino acompañada o vuelo sola
incrustándome en los ojos
las motas de polvo que aparecen
al respirar en lo alto.
Ahora, que me quedan
apenas ganas de coser
lo aprovechaste para arrancarme
las plumas con las que te acariciaba.
Supiste dónde dolía y cuando,
cómo y por qué hacerlo.
Me dejé,
como si no tuviese miedo.
Pero lo tenía,
tanto que ni me daba cuenta,
porque al estar tú aquí,
conmigo,
de la mano
-más tarde me di cuenta de que apretabas, mucho.
Y dolía-
era echar a volar
sin siquiera haberme cosido las alas.