jueves, 23 de mayo de 2013

Escuchad

Escuchad, ¿no lo oís?
(Pum, pum, pum)
Son los latidos de un corazón 
que espera y desespera. 
Un corazón que gana fuerzas tan rápido
como las pierde.
Que vive muerto y muere vivo. 
Que sueña despierto, 
y vive dormido.

Escuchad, ¿no lo oís? 
(Tac, tac, tac)
Es el sonido de unos
tacones que andan. 
Es el sonido de los
pasos en la acera. 
El sonido de la desesperación
al no saber hacia donde ir.
Pasos que no pueden estar quieto. 
Quieren buscarte, pero tú
no te dejas encontrar. 

Escuchad, ¿no lo oís?
(...)
Es el viento que sopla en la calle. 
Es él quien me recorre
cuando tú no estás. 
Me abraza y me abriga. 
Me pregunta al oído como estoy
y me rechista cuando no le contesto. 
Cuando ve que lloro, 
me levanta la falda para hacerme reír. 
Pero el viento es como tú. 
El viento se me escapa...

Escuchad, ¿no lo oís?
Es el sonido de sus besos que
a juego con sus manos, recorren todo mi cuerpo. 
La piel se eriza y dos cuerpos
se convierten, poco a poco, 
en uno solo. 
Sin tapujos.
Sin miedos. 
Dejándose llevar solamente
por el placer de estar unido al fin. 
Y tras eso, 
solo hay distancia.

Escuchad, ¿no lo oís?
No, ya no se oye nada. 
Ni vosotros ni yo oímos nada. 
Es el silencio de un corazón 
que ya no tiene fuerzas ni para latir. 
Que poco a poco a dejado de existir.

Es el silencio de un corazón 
que ahora...
Ya está muerto. 

(Con este poema gané el 3º premio de poesía del IES San Isidoro de Sevilla)

Cartas a un desconocido.

La oscuridad de la carretera era pura. Solo se veía el pequeño tramo de los faros del coche. A los lados, oscuridad. Negro, todo negro. Tampoco había ruido alguno. Ni lobos, ni búhos. Nada. La luna no se veía, estaba perdida tras las nubes. Nubes oscuras, de tormenta. Pero no había ninguna tormenta. Paré el coche, dejé las luces encendidas y salí. Él no quiso salir del coche. Yo necesitaba respirar aire, echarme un cigarro, estirar las piernas. Todo en aquella noche había pasado deprisa, muy deprisa. Me apoyé en el capó, mirando hacia la derecha, intentando ver algo más allá de los bordes de la carretera. Pero no veía nada. Apenas se diferenciaban los árboles del fondo. Cesé en mis intentos de ver algo a lo lejos. Terminé el cigarro que se iba consumiendo lentamente entre mis labios. Le miré, con el brazo fuera de la ventanilla, y la cabeza apoyada en él.
-Relájate,Violet  –me dijo tranquilamente –No pasa nada.  
No podía relajarme. No sabía cómo hacerlo. No pensaba que esto fuera a llegar tan lejos.
-Lo que ha pasado –continuó diciéndome –pasa mucho más de lo que te imaginas. Y nunca nadie descubre nada. –lo decía tranquilamente, como si fuera algo que pasaba todos los días.
-No puedo relajarme, Tate. Esto es algo que me supera un poco.
-Te avisé de que no deberías de haber venido conmigo. Te avisé de que sería algo bastante complicado –me dijo mientras bajaba del coche –Si no puedes seguir, lo dejamos aquí y mis amigos y yo nos encargamos de terminar todo.
Suspiré, saqué otro cigarro y lo encendí. No sabía qué hacer. Mis pensamientos estaban ocupados por ese instante en el que él estaba en el suelo, desplomado. El resto, era algo difuso.
-No, no. –respondí –he llegado hasta aquí, y lo terminaré. Solo que me supera un poco.
Tate se acercó a mí, me sujeto la cintura y me miró fijamente.
-De verdad –me dijo –si no puedes seguir, lo haremos nosotros.
Yo quería terminarlo, pero me superaba…
-Yo lo empecé, yo lo terminaré. –dije. Esperé unos segundos, y le besé.
Pasamos un rato hablando. La luna ya se veía. No había nubes. Luna llena. Nada de frío. El calor podía llegar a ser agobiante  en una noche como esa. Las horas pasaban lentamente, pero pasaban. Poco a poco se iba acercando el momento de terminar todo. En el reloj, las 3 de la madrugada ya habían pasado. En mi cabeza, seguían siendo las 10 de la noche.
-Tenemos que irnos. Nos esperan –dijo Tate levantándose del suelo. Nos metimos en el coche. El olor empezaba a cambiar. Empezaba a ser una mezcla de sangre y suciedad con sudor. Olor a muerte.
-Terminemos ya –dije al arrancar el coche –este olor es asqueroso.

Tate me miró y se rió. Me encantaba su risa. Era tan alegre como tranquilizadora. “Gira a la derecha, y a los 100 metros, para” me dijo. Al llegar, todo era más oscuro que antes. Habíamos aparcado entre árboles, en medio del bosque. Salimos del coche, y ya no existía un silencio sepulcral. Se oían voces a lo lejos. Ya estaban todos allí, solo faltábamos nosotros. Y él. Él era el más importante. Nos pusimos detrás del coche, listos para abrir el maletero “¿Segura, Violet?” me susurró Tate.
-Segura –respondí. Y abrí el maletero. En él no había más que una mochila y una gran maleta. Una maleta lo suficientemente grande como para albergar un cuerpo, ya sea vivo o muerto. De la mochila sacamos dos grandes linternas y me la eché a cuestas. Tate cogió la pesada maleta, y empezamos a andar, adentrándonos aún más en el bosque. Poco a poco, empezamos a ver el humo y la luz de una fogata. Cruzamos los últimos árboles, y llegamos con ellos. Nada más vernos, vinieron a saludarnos y a ayudar a Tate a dejar la maleta por ahí. “¡Llegasteis! ¡Ya era hora! ¡Un poco más, y nos dormimos!”. Tras saludarnos y estar de risas, me di cuenta de que faltaba Josh.
-No podía seguir con esto. Así que le dijimos que se fuera a casa. Nos pidió que le mantuviéramos informado.
-Vale, y ahora… ¿podemos terminar ya con esto?  Esa maleta empieza a apestar demasiado.
-Y a sangrar sola. ¡Qué asco! –dijo Tate al acercarse. Tenía las manos y la ropa manchada de sangre.
-Muy bien –dijo nada más estar todos juntos –al lío. Hay que abrir un poco más el agujero, y listo.
Se pusieron manos a la obra en seguida. Mientras unos cogían arena con las palas, otros fueron hacía la maleta.
-¡Esto huele que apesta! ¡Terminad ya! –decían y se quejaban un par de chicos más Tate mientras llegaban hacia el agujero.
Lo que había que hacer ahora, era fácil. Sacarle, y tirarle al agujero. Luego, taparlo. Y todo quedaría hecho. Parecía fácil, hasta que la maleta se abrió y vi su cara descompuesta. Me quedé paralizada, y recordé lo ocurrido a las 10 de la noche.

Estaba en la calle con él, con mi padrastro. Todo iba bien, todo estaba perfectamente planificado. Cenamos juntos, para arreglar nuestras diferencias. Lo hablamos todo. Sobre mi madre, mis hermanos y mi hermana… Todo. Menos un pequeño detalle por el cual él estaba muerto en la maleta. Al mi padrastro se le olvidó pedir perdón por haber pegado a mi madre y haberla roto un brazo. Y eso me cabreó demasiado. Todo estaba planificado. Todo, al detalle.  Tras la cena, fuimos a dar un  paseo. Y en una calle vacía, me paré. En realidad, no estaba vacía. Entre las sombras estaba Tate y sus amigos ocultos. Le dejé en medio de la calle y empecé a andar hacia atrás, desapareciendo poco a poco de su vista. Ocultándome en la oscuridad.
-Lo que te va a pasar ahora –le dije mientras él no me veía –no quiero que me lo tengas en cuenta.
-¿Dónde estás? ¿Qué haces? No quiero jugar. –me dijo él.
-No es un juego, es tu castigo por lo que le hiciste a mi madre –me callé 2 minutos. No se oía nada –Vamos, chicos. Demostradle que sabéis hacer.
Y poco a poco, fueron apareciendo uno tras otro. Primero Tate, justo delante suya. Por detrás, Josh. Después T.J… Y así, hasta que 7 chicos le rodearon y empezaron a empujarlo.
-Nos han contado que eres un hombre malo –dijo Tate. –Y a nosotros no nos gustan los hombres malos.
-¿Qué queréis? ¡Dejadme en paz! –gritaba él -¿A qué juegas, Violet?
-No, le has hecho daño a una amiga nuestra con tus tonterías de machito por pegar a su madre. Y ahora, el daño te será devuelto. Te lo mereces.
-¡Ahora! –grito Pablo.
Y entre todos, empezaron a pegarle. Se oía a mi padrastro gritar, pedir auxilio. Pero yo no salía de la oscuridad de la calle. Mis amigos no me veían tampoco. Yo estaba con los ojos cerrados. Solo quería oír sus gritos de auxilio. Y las patadas, y los puñetazos. Me gustaba oír esos ruidos. Y poco a poco, las patadas seguían, pero los gritos iban cesando. De gritos, pasaron a pequeños gemidos de dolor. Tras eso, nada. Pararon de dar patadas, y todos le miraron tirado en el suelo, ensangrentado, con la cara descompuesta. Abrí los ojos, me acerqué a ellos, y solo pude decir “Gracias”.
Me ayudaron a meterlo en la maleta, y acordamos vernos en el bosque del kilómetro 33. Se fueron, metimos la maleta en el maletero, y Tate y yo nos fuimos por otro lado. El resto, fue el viaje hasta allí, y como lo enterramos.

Has de saber una cosa. Cuando le enterramos, fue sin la maleta. La maleta la quemamos más tarde en la hoguera, con nuestras ropas sucias. Antes de echar la primera palada de arena sobre él, pude ver como abría los ojos. Y me miró. No, no estaba muerto. Al menos, no cuando nosotros lo tiramos al agujero. La última imagen que tiene del mundo es verme a mí, a su hijastra, echándole arena sobre la cabeza. Nunca olvidaré su cara de terror. Pero tampoco olvidaré la cara de mi madre al descubrir que había desaparecido, y que nadie sabía dónde estaba. Por un lado, de temor, porque era su segundo marido, y le quería. Por otro lado, de alivio, pues no volvería a ponerle la mano encima.
No quiero que me busques, ni que intentes saber quién soy. Solamente decirte que necesitaba contárselo a alguien, pero no podía ser alguien conocido, pues me denunciarían. No te digo mi verdadero nombre, ni el de mis amigos. Son todos falsos. Si fueran de verdad, podrías descubrirme. Tampoco, como es obvio, te pongo mi dirección. Tu dirección la he cogido a boleo. Un día iba por la calle. Tú casa me gusto. Muy bonita, muy grande. Decidí mandártela a ti, porque tienes cara de buena gente. Espero que me entiendas. No me tomes por una psicópata, ni nada. No lo soy. Solamente he matado a mi padrastro para que no volviera a tocar a mi madre. Nadie se enteró de quien lo hizo. No dejamos ninguna prueba. Nada. Es como si se hubiera esfumado. Mejor. Ahora, nadie más sufrirá por su culpa.
Me pregunto si alguna vez has pensado en matar a alguien… La verdad es que es algo… Raro. Llamémoslo así. No sabría el por qué, pero es raro. Por otro lado, si odias demasiado a esa persona, es hasta gratificante. También has de tener en cuenta que yo no maté a mi padrastro. Eso lo hicieron mis amigos. Podría haberlo hecho. Coger una pistola y pegarle un tiro. Abrirle la cabeza. Pero no. Preferí que sufriera como jamás lo haría.

¿Sabes que fue lo que más me gustó? Que me mirase justo antes de echarle la arena en la cabeza, cuando fuimos a enterrarlo. Dicen que lo último que ves antes de morir, es lo que se te queda en la retina para siempre. No sé si será verdad o no. Pero cuidé el tener una sonrisa, para que al menos, me viera feliz. Feliz de haber conseguido deshacerme de él por fin. Feliz por que no volvería a tocar a mi madre. Ni a mis hermanos, ni a mi hermana, ni a mí. Por si acaso se le había pasado por la cabeza.
Vaya… Ahora que lo pienso, puede que sí sea un poco psicópata.


(Con este relato conseguí el 1º premio de literatura del IES San Isidoro de Sevilla)

domingo, 19 de mayo de 2013

Y volver a empezar.

Sensaciones, recuerdos, suspiros. 
Enfadarse y arreglar las cosas 
en la habitación.
Gritos, gemidos, el cigarro de después.
Creer, querer, ver. 
Olvidarse y comerse. 
Dejarse llevar. 
Correr, gritar, observar. 
Sentirse uno siendo dos.
Uñas, besos, mordiscos.
Horas que pasan.
Minutos que se escapan.
Noche tras noche. 
Día tras día. 
Beso tras beso.
Mirada tras mirada. 
Y sin parar, seguir. 
Y volver a empezar. 

sábado, 18 de mayo de 2013

Seré todos tus colores.

Seré el color blanco de tus ojos.
El blanco de la nata o el azúcar.
El blanco de las nubes en primavera sin lluvia.
El blanco del humo del cigarro que sale de tus labios.
El blanco de las hojas de los libros recién comprados.
(Esos que huelen tan bien)

Seré el negro de la cerveza negra que te bebes.
El negro de tus camisetas, de tus lápices.
El negro del sofá que ocupamos.
El negro de los altavoces que usamos.
El negro de de tus pupilas.
(Esas que no dejan de mirarme)

Seré el amarillo de tus mantas.
El amarillo del sol que te da en la cara.
El amarillo del bote de Lacasitos que llevo encima, pero me quitas.
El amarillo del subrayador que usas para tus clases.
El amarillo de las paredes de mi cuarto.
(Que ahora son también tuyas)

Seré el naranja de la fruta que te comes.
El naranja del peluche de Naranjito que te regalaron.
El naranja del gato que siempre quisiste.
El naranja de un cepillo de dientes en tu casa.
(Que antes estaba en la mía)

Seré todos y cada uno de los colores que existen.
El azul del agua del mar que tanto añoras.
El turquesa de mis zapatos que te gustan
El borgoña del vino que compraste aquel día.
El rosa de los sueños felices.
El verde de la hierba donde te duermes.
El marrón del barro, después de llover.
El rojo de la ropa interior que uso.
(Que después... tiras al suelo)

viernes, 17 de mayo de 2013

"Mirarte a los ojos" - Nacho Aldeguer.

No sé hablar mirando a los ojos.
Tengo manojos de extroversión, puedo hablar hasta por los codos.
Ser el mejor amigo de todos y no fijar mi atención en vuestra belleza.
Soy demasiado flojo.
Tengo que hablar, no necesito entablar conversación.
"Chica, tengo un amigo al que le molas mogollón y compartís canción favorita".
Quiero hablar para que te derritas con retales de emoción.
Pero soy flojo y mi alboroto cae en un pozo si no oigo afección mientras compongo ilusiones frente a esos ojos que no me atrevo a mirar por miedo a que me mientan.
Disimulo tan bien que a nadie se da cuenta.
Y grito, gesticulo y, aunque no me pega, me hago el chulo.
Aún con los ojos vendado estaría vendido...

Tengo un amigo argentino que cuando leo me recuerda que estoy jodido.
Mis ojos caen al suelo tras un aplauso merecido.
Chica, quiero impresionarte de lejos por que de frente tendré miedo a tu mirada y conocerte...
Me aterrará ser lo que más me apetece.
Ser un niño con mirada de bandido por diversión.

Quedarme en blanco... O en negro.
Quedarme quieto.

Los ojos hablan más rápido que el corazón.
Se adelantan a una boca que va a decir te quiero.
Pero yo no los miro por que el Síndrome de Steandal lo llevo fatal...
Sabiendo todo esto solo puedo proponerme sobreponerme a mi esclavitud mental.
Dejar de posponerme mis días en el jardín de felicidad que puede ser esta ciudad dependiendo de como la mires.
Y dejar de fingir seguridad para empezar a vivir con el miedo. Que es un buen amigo que cada día aguant menos.
Soy de esa clase de hombres buenos que llevan mal que ser malo luzca tanto.
Que esa incoherencia que arrastramos nos la acabamos por tragar.
Lo mire como lo mire, yo construyo mi hogar.
Y prefiero una casa pequeña a un palacio impersonal.
Es más bonito este juego de miradas con la cámara que despotricar.
Oigo tan pocos poemas felices...

Pero hoy tenemos narices rojas y sonrisas que regalar.
"¿Cómo están ustedes? ¡Bien!"

Tenemos miradas que nos incitan a amar.
Tenemos chistes malos que contar.
Tenemos intrigas divertidas que revelar.
Tenemos inocencia suficiente para iluminar cualquier estrella.
Inocencia para eliminar atisbos de culpabilidad....

Joder, chica. Tenemos de todo y no nos hace falta de nada.

-

Yo, antes, no sabía hablar de tristeza. Esa palabra ni si quiera existía en mi vocabulario. Pasaba vagamente por mi cabeza, pero nunca supe qué era eso exactamente. Despertaba, y vivía. Sonreía. Estaba feliz.
Pero un día, no sé como, todo se desplomó sobre mí. Una palabra, una noche. Una larga noche. Una lágrima. Y tras ella, otra. Y así. Un cigarro. Una espiración. ¿Una solución? Pocas. ¿Validas? Ninguna.
Un cigarro apagado, y encendido otro. Y así.
Y todo daba vueltas. No, nada paraba.
Que extraño, nunca antes me sentí así. Era algo así como... Tristeza. Si. No. No lo sé. Yo y mi bipolaridad.
Podía ser tristeza, pero no estaba segura. A veces me daba por fumar y fumar. Pero esta vez no era igual.
Había algo diferente al resto de veces. Me desplomé en la cama, y volví a llorar. Si, estaba claro. Era tristeza.
Eso que antes nunca supe que era. Eso que anhelaba por saber qué sentía la gente al estar triste. No sé si a todos les pasaba lo mismo. Solo sé que no podía dejar de llorar y pensar que lo había perdido todo. Cuando todo se va a la mierda, es cuando sabes que estás triste. Me di cuenta en ese momento.
Sonrisas que desaparecieron. Esperas interminables a que terminara el día. ¡Esperas interminables a que apareciera una sola palabra de su boca! Pero no.. Algo me decía que nada volvería a ser como antes.

 En ese momento, todo me salía mal. No podía hacer ni lo más simple.
Hasta ahora, todo me ha seguido saliendo mal, sin seguir poder haciendo lo más sencillo del mundo.
Quererte.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Día y noche.

Me encanta la noche.
Noches oscuras. Sin luz, ni sombras.
Noches acompañadas, sin sueño.
Noches las cuales no quiero que terminen.
Besos, caricias, roces...
Instantes que duran y duran.
Y no terminan.
Y se quedan.
Y al día siguiente te vas.

Odio los días.
Días de luz. Con demasiadas sombras que te siguen.
Días a solas, con demasiado sueño.
Días los cuales quiero que desaparezcan.
Sin besos, ni caricias, ni roces...
Momentos que duran demasiado tiempo.
Y no se van.
Y aguantan.
Y me cansa estar sin ti.

Y en las noches, todo cambia.
Los gatos se vuelven pardos.
Las personas se transforman.
Tú y yo nos vemos.
Y dejamos de vernos bajo las sabanas.
Quiero que rompamos la cama
a base de una larga noche.
Quiero que tiremos la ropa al suelo,
decorando la habitación.
Dejarte marcas en la espalda.
Esperarte sin prisas.
Y al terminar, sonreír.
Mirarte a los ojos.
Darte un beso.
Y dormir.

¿Veis?
Por eso odio los días
y amo las noches.
Por que por el día me siento sola,
y por la noche, estoy con él.