domingo, 30 de marzo de 2014

El bar. La puerta del bar.

Llámame rara,
no me atreveré a negartelo.

Estoy en un pasillo vacío,
y en vez de escuchar música,
leer un libro
o irme a donde haya gente,
te estoy escribiendo.

Ambos sabemos
que desde el día que nos miramos,
el mundo se paró bajo nuestros pies.

Y como no,
ni lo dudéis,
fue en la puerta de un bar.

Ninguno de los dos habíamos planificado nada.
Ni siquiera el simple hecho de mirarnos.
Salimos de casa con una sonrisa cada uno.

La tuya, buscaba hacer un poco más feliz el mundo.
La mía, buscaba hacerme un poco más feliz a mí.

Y fíjate,
ahora,
que aún no te has ido,
ya te echo de menos.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Carta para tú.

"Ojalá me leas.
Ojalá me leas y no me entiendas.
Y quieras entenderme"
(Nachograta) 

No me cuentes historias si no van a tener un final feliz.
Porque yo soy la chica de los finales tristes.
De terminar arrodillada en el suelo de mi habitación, llorando, abrazada a la soledad con alas de tristeza a la espalda, huyendo, deseando centrar mi atención en las sonrosas, pero que solo se fija en las miradas.
“Hablan más rápido que el corazón”  dijo un día Nacho Aldeguer.
Intentan sonreírse pero ya… Ya ni lo intentan.
Se abrigan bajo el manto de la inestabilidad abrumadora, de la individualidad, del “déjame, que yo me arreglo”, de la autosuficiencia.
He bailado con el hijo de la Muerte, gritado su nombre millones de veces. Pero siempre me han faltado cojones a hacerlo.
Llamadme cobarde, no voy a negároslo.
Me autolesiono hablándote, echándote de menos, necesitándote a mi lado. Porque no te quiero a mi lado, a esto lo llamo necesidad.
He comido tabletas de chocolate de más, y he tenido los ovarios de quejarme.
Que yo también tengo mis cosas, aunque no las pregone.
Y que tú te me sigues colando en todo lo que escribo, es cierto.
Y sigues sin darte cuenta.
Ayúdame a dejar de darle la mano a la Muerte.
No quiero seguir haciéndolo, y solo lo lograré si eres tú quién me ayuda.
Que me dan miedo las relaciones, pero contigo seguro que puedo.
No quiero que me ayude nadie más, por favor.
Solo contigo logré sonreír cuando las flores estaban muriendo.
Y no, no me alegraban de que se estuviesen muriendo. Me alegraba de tenerte a mi lado.
De saber que te tenía.
Tu nombre fue cambiando por el nombre de Adiós. Y eso dolía.
No sabes cuánto dolía.
Nunca llegarás a saberlo.
Te he escrito mil cartas, que más que cartas eran notas de suicidio.
Ninguna llegó a su destino, porque ninguna salió de mi casa.
Nunca he tenido cojones a decirte que no sé quién fue más cobarde: si tú, por haberte ido sin avisar, sin dejar ninguna señal, sin dejarme ver nacer el sol; o yo, por no haber intentado que volvieras, yendo a buscarte hasta el abismo, hasta el inframundo, hasta su vida.
Porque te fuiste el día que ella se convirtió en tu vida.
No te culpo.
A veces, las cosas acaban.
 
Solo me culpo a mí, por haberte necesitado más de lo que debería.
Por haberte deseado más de lo que debería.
Por haberte querido más de lo que debería.

Solo me culpo a mí, por haberme creído cosas que nunca debería haberme creído.

Por cierto. Si quieres volver, vuelve. Soy masoquista y me gusta que me hagan daño.
 
Pero solo si eres tú quien me hace daño.

Promesas de mí para ti.

Os prometo que yo soy feliz.
Que si no me curo las heridas
es porque
no se me ocurre
otra forma de vivir.
Que estoy feliz en mis tristezas,
en mis sollozos,
en mis destrozos.
De verdad.
 
Prefiero clavarme
espinas en los ojos
que olvidarme de ti.
Que son muchos recuerdos
y solo se van
si decido destrozarme,
poco a poco,
la piel.

Un día,
sopesé la idea de quedarme
y la de irme lejos.
Muy lejos.
Pero nunca llegué a decidirme.

Me rebusqué entre los suspiros que un día perdimos,
Entre los besos que me quisiste dar,
Entre los abrazos que me regalase
Y entre las caricias que nos dimos esa noche.
Y jamás llegué a encontrarme.

Por favor.
Que no me quitéis los cuchillos de la espalda.
Que no me quitéis las espinas de los ojos.
Que no me quitéis los clavos de las manos.
Prometo ser feliz.
Prometo reír más
y dejar de pensarte.
Lo prometo.

No sé cuando,
pero prometo
dejar de clavarme cuchillos en la espalda,
dejar  de reírme de las espinas de mis ojos,
dejar de llorarte por las noches,
para volver a ti
una vez más.