Después de 4 años me he visto otra vez. En el espejo.
Ya no floto, me hundo en la nada.
Me hundo, hacia el vacío más negro,
haca la nebulosa originaria.
La que no se conoce.
La que duele.
Ya no floto, me hundo en el mismo charco de barro de la última vez que me vi hundiéndome.
Me hundo, hacia el infinito más oscuro,
hacia el sin fin de lágrimas que abarrotan las espinas.
Las que pinchan.
Las que duelen.
Duelen los intestinos.
Te vas, y no te das ni cuenta.
Con más miedo que agallas avanzo hacia adelante,
sabiendo que no vas a quedarte, y jugándomelo todo.
Al fin y al cabo es como me enseñaron:
dolerá, y si duele es porque sigo viva.
Soy incapaz de mirarme de frente en el espejo,
de pensar si no es en tu risa.
No me veo, ahora, si no es contigo.
Ahora que fumo sola, que no salgo de casa y que duermo más que río
me pregunto si la necesidad me la he creado yo o eres tú, que me has llenado tanto
-tanto, tanto-
que no quiero que te alejes.
Ahora que me veo sola,
me paro a pensar en mi alrededor
y te veo en el,
sin estar, con apenas un beso de más.
Te irás, como todas las cosas buenas te irás.
Me enseñaron que querer tan fuerte
-tan fuerte, tan fuerte-
solo ocurre una vez.
Yo, a día de hoy, lo pongo en duda.
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