Quiero perderme entre tus labios. Y así pasar la noche entera. Perdida entre los pliegues de tu cuerpo. Y sentirme como aquella primera vez, cuando saliste del coche y me buscaste en el portal. Cuando me viste salir, lista para la actuación de aquella noche. Con aquel vestido ligero para apartar el calor. Nos abrazamos como si hiciera años que no nos veíamos, y apenas ha pasado un día. Y a en el coche, recorrimos las calles hablando de todo lo que nos había pasado. De nuestras novedades diarias y nuestros sueños alejados por el ruido del despertador. Jugaba con un cigarro entre mis labios mientras te prometía que todo en esa noche saldría bien. Yo solo tenía que sentarte y observar, me dijiste. "Yo tengo que improvisar". Bajamos del coche y te di un bes lleno de "sabes que te saldrá genial".
Y todo pasó. Risas, improvisaciones, errores y más risas. Y cortes de palabras.
Y todo terminó. Pasamos un rato largo, saludando, haciendo fotos a la gente que lo pedía. Y pronto desaparecimos. Nos fuimos caminando, y nos sentamos en un parque vacío. Los cigarros iban de tus labios a los míos y el humo nos envolvía por una milésima de segundo, para desaparecer en el aire. No tiramos en la hierba después de jugar un rato.
Y en ese momento, fue la luna quien guardó nuestras promesas.
Y fue la luna quien me hace recordar noche tras noche el olor de tu piel.
Y no hay ni una sola noche en la cual, la puta luna lunera cascabelera, haga sentirme inútil e inservible tras destrozarte poco a poco, día tras día.
Y no hay ni una sola noche en la que me atormente minuto a minuto por haber dejado que poco a poco me haya ido matando por dentro. Dejándote a ti igual de matado. Inservible. Destrozado.
Veo como pasan los días, como me olvido de todo. Como los cigarros me matan y la bebida me destroza. Veo como las lunas pasan, y le hacen la competencia a los soles. Como las estrellas se ríen de mi, y desaparecen bajo las nubes.
Tiro mis mierdas al suelo, y veo a la gente que se las lleva en los zapatos, pisando poco a poco mis miedos. Se les pegan a las suelas de los zapatos como los chicles. Mejor. Me alejan de ellos.
Ya no tengo miedo, ya no lloro con la luna arriba. Encima mía, mirándome por encima del hombro.
Y ya no sufro más. He decidido reírme de mí y de mi al rededor. De todo lo que me pasa. No lloraré más por ti, ni por mi, ni por nada.
A no ser que sea necesario... Y esto es necesario...
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