jueves, 10 de enero de 2013

Y conseguimos recuperarlo.

Te levantas por la mañana. Y los ojos se te cierran como las puertas que te has cerrado por ser muy tú. Muy  rara, muy extraña para esas personas que buscan gente igual a las demás. Para vestirles igual, obligarles a hablar igual, expresarse igual. Pasas, no eres igual a ellos. Ni a ellas. Ni a nadie. Poco a poco me despejo, sin ganas pero con prisa. Llegar tarde no suelo, pero esta vez no puedo llegar bien. La noche fue muy larga, y el día lo será más. Las horas parece que no pasan y los segundos no corren por el reloj como otros días. Al final, consigo llegar a casa. Muerta de hambre, de sueño y de más ganas de matarme lentamente de la forma que sea.
Por la tarde, me gusta mirar por la ventana mientras las personas se engatusan con programas hechos de basura. Me gusta ver como el humo del cigarro desaparece poco a poco mientras la gente va por la calle a toda prisa. Y sentarme en un banco, y contemplar como el sol pasa de estar encima mía a estar enfrente de mí. Y ver como se despide, dejándome sola, acompañada de la luna que esta noche no ha querido salir. Y bajo las estrellas, me pregunto qué debería hacer. Las cosas no son como uno espera, pero tampoco las quieres de otra manera.
Esa noche, el frío abunda en mi cuarto. La manta me cubre todo el cuerpo, mientras abro la ventana y me enciendo otro cigarrillo. En ese momento es cuando la noche se hace eterna. En ese momento, bajo las estrellas, me di cuenta de que lo nuestro jamás funcionó. Y en ese momento quiero esfumarme, desaparecer como el humo que sube rápidamente y se pierde de vista en seguida. Y cuando quiero darme cuenta, llevo una cajetilla entera y media botella de vodka ruso que no había abierto antes. Me tiro en la cama sin poder más conmigo misma, y busco el móvil en el suelo que se me calló en un momento de hidalgo con la copa. Encuentro tu número perdido entre los 300 contactos de mi agenda, y me pregunto si te llamo o si te olvido. Me decido a llamarte, pero mi voz suena tan quebrada delante del espejo que no me atrevo. Pero te llamo solo por escucharte de nuevo. Pura tontería en realidad.
Venga, tiremos a la mierda todo. A la tercera vez que me preguntas si estoy ahí, te digo que vuelvas otra noche más. Y mientras cuelgas con un "no tardo nada" en los labios, me fumo otro piti mientras me bebo otra copa. Esta vez acompañada de limón.
Y cuando mi puerta suena, me levanto a tientas, sin pensar en dejar la copa o arreglarme el pelo. Son las cuatro de una noche tan oscura que me resulta extraño volver a verte delante mía. Y te abro la puerta, y tras beberte la copa que tengo en la mano y fumarte el cigarro que me queda, me coges en brazos y me besas como aquellas veces de antes cuando todo, pensábamos, iba bien.
Y después de 500 días y 19 noches, como cantaba Sabina, todo, absolutamente todo se paró. La ropa se nos perdió entre las mantas del sofá, y la ropa interior nos estorbó hasta que al suelo la tiramos.
Y a base de besos y mordiscos, a base de manos entrelazadas, y a base de gemidos en nuestros labios y en nuestros oídos, recuperamos todo aquello que dimos por perdido.
Y al despertarnos a las cuatro de la tarde, tirados en el sofá, con apenas fuerzas para nada, con ganas de seguir a lo nuestro, nos dimos cuenta de que al fin habíamos recuperado todo aquello que un día dimos por perdido.

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