-Relájate,Violet –me dijo
tranquilamente –No pasa nada.
No podía relajarme. No sabía cómo hacerlo. No pensaba que
esto fuera a llegar tan lejos.
-Lo que ha pasado –continuó diciéndome –pasa mucho más de lo
que te imaginas. Y nunca nadie descubre nada. –lo decía tranquilamente, como si
fuera algo que pasaba todos los días.
-No puedo relajarme, Tate. Esto es algo que me supera un
poco.
-Te avisé de que no deberías de haber venido conmigo. Te
avisé de que sería algo bastante complicado –me dijo mientras bajaba del coche –Si
no puedes seguir, lo dejamos aquí y mis amigos y yo nos encargamos de terminar
todo.
Suspiré, saqué otro cigarro y lo encendí. No sabía qué hacer.
Mis pensamientos estaban ocupados por ese instante en el que él estaba en el suelo,
desplomado. El resto, era algo difuso.
-No, no. –respondí –he llegado hasta aquí, y lo terminaré.
Solo que me supera un poco.
Tate se acercó a mí, me sujeto la cintura y me miró
fijamente.
-De verdad –me dijo –si no puedes seguir, lo haremos
nosotros.
Yo quería terminarlo, pero me superaba…
-Yo lo empecé, yo lo terminaré. –dije. Esperé unos segundos,
y le besé.
Pasamos un rato hablando. La luna ya se veía. No había
nubes. Luna llena. Nada de frío. El calor podía llegar a ser agobiante en una noche como esa. Las horas pasaban
lentamente, pero pasaban. Poco a poco se iba acercando el momento de terminar
todo. En el reloj, las 3 de la madrugada ya habían pasado. En mi cabeza,
seguían siendo las 10 de la noche.
-Tenemos que irnos. Nos esperan –dijo Tate levantándose del
suelo. Nos metimos en el coche. El olor empezaba a cambiar. Empezaba a ser una
mezcla de sangre y suciedad con sudor. Olor a muerte.
-Terminemos ya –dije al arrancar el coche –este olor es
asqueroso.
Tate me miró y se rió. Me encantaba su risa. Era tan alegre
como tranquilizadora. “Gira a la derecha, y a los 100 metros, para” me dijo. Al
llegar, todo era más oscuro que antes. Habíamos aparcado entre árboles, en
medio del bosque. Salimos del coche, y ya no existía un silencio sepulcral. Se
oían voces a lo lejos. Ya estaban todos allí, solo faltábamos nosotros. Y él. Él
era el más importante. Nos pusimos detrás del coche, listos para abrir el
maletero “¿Segura, Violet?” me susurró Tate.
-Segura –respondí. Y abrí el maletero. En él no había más
que una mochila y una gran maleta. Una maleta lo suficientemente grande como
para albergar un cuerpo, ya sea vivo o muerto. De la mochila sacamos dos
grandes linternas y me la eché a cuestas. Tate cogió la pesada maleta, y
empezamos a andar, adentrándonos aún más en el bosque. Poco a poco, empezamos a
ver el humo y la luz de una fogata. Cruzamos los últimos árboles, y llegamos
con ellos. Nada más vernos, vinieron a saludarnos y a ayudar a Tate a dejar la
maleta por ahí. “¡Llegasteis! ¡Ya era hora! ¡Un poco más, y nos dormimos!”.
Tras saludarnos y estar de risas, me di cuenta de que faltaba Josh.
-No podía seguir con esto. Así que le dijimos que se fuera a
casa. Nos pidió que le mantuviéramos informado.
-Vale, y ahora… ¿podemos terminar ya con esto? Esa maleta empieza a apestar demasiado.
-Y a sangrar sola. ¡Qué asco! –dijo Tate al acercarse. Tenía
las manos y la ropa manchada de sangre.
-Muy bien –dijo nada más estar todos juntos –al lío. Hay que
abrir un poco más el agujero, y listo.
Se pusieron manos a la obra en seguida. Mientras unos cogían
arena con las palas, otros fueron hacía la maleta.
-¡Esto huele que apesta! ¡Terminad ya! –decían y se quejaban
un par de chicos más Tate mientras llegaban hacia el agujero.
Lo que había que hacer ahora, era fácil. Sacarle, y tirarle
al agujero. Luego, taparlo. Y todo quedaría hecho. Parecía fácil, hasta que la
maleta se abrió y vi su cara descompuesta. Me quedé paralizada, y recordé lo
ocurrido a las 10 de la noche.
Estaba en la calle con él, con mi padrastro. Todo iba bien,
todo estaba perfectamente planificado. Cenamos juntos, para arreglar nuestras
diferencias. Lo hablamos todo. Sobre mi madre, mis hermanos y mi hermana… Todo.
Menos un pequeño detalle por el cual él estaba muerto en la maleta. Al mi
padrastro se le olvidó pedir perdón por haber pegado a mi madre y haberla roto
un brazo. Y eso me cabreó demasiado. Todo estaba planificado. Todo, al detalle.
Tras la cena, fuimos a dar un paseo. Y en una calle vacía, me paré. En
realidad, no estaba vacía. Entre las sombras estaba Tate y sus amigos ocultos.
Le dejé en medio de la calle y empecé a andar hacia atrás, desapareciendo poco
a poco de su vista. Ocultándome en la oscuridad.
-Lo que te va a pasar ahora –le dije mientras él no me veía –no
quiero que me lo tengas en cuenta.
-¿Dónde estás? ¿Qué haces? No quiero jugar. –me dijo él.
-No es un juego, es tu castigo por lo que le hiciste a mi
madre –me callé 2 minutos. No se oía nada –Vamos, chicos. Demostradle que
sabéis hacer.
Y poco a poco, fueron apareciendo uno tras otro. Primero
Tate, justo delante suya. Por detrás, Josh. Después T.J… Y así, hasta que 7
chicos le rodearon y empezaron a empujarlo.
-Nos han contado que eres un hombre malo –dijo Tate. –Y a
nosotros no nos gustan los hombres malos.
-¿Qué queréis? ¡Dejadme en paz! –gritaba él -¿A qué juegas,
Violet?
-No, le has hecho daño a una amiga nuestra con tus tonterías
de machito por pegar a su madre. Y ahora, el daño te será devuelto. Te lo
mereces.
-¡Ahora! –grito Pablo.
Y entre todos, empezaron a pegarle. Se oía a mi padrastro
gritar, pedir auxilio. Pero yo no salía de la oscuridad de la calle. Mis amigos
no me veían tampoco. Yo estaba con los ojos cerrados. Solo quería oír sus
gritos de auxilio. Y las patadas, y los puñetazos. Me gustaba oír esos ruidos. Y
poco a poco, las patadas seguían, pero los gritos iban cesando. De gritos,
pasaron a pequeños gemidos de dolor. Tras eso, nada. Pararon de dar patadas, y
todos le miraron tirado en el suelo, ensangrentado, con la cara descompuesta.
Abrí los ojos, me acerqué a ellos, y solo pude decir “Gracias”.
Me ayudaron a meterlo en la maleta, y acordamos vernos en el
bosque del kilómetro 33. Se fueron, metimos la maleta en el maletero, y Tate y
yo nos fuimos por otro lado. El resto, fue el viaje hasta allí, y como lo
enterramos.
Has de saber una cosa. Cuando le enterramos, fue sin la
maleta. La maleta la quemamos más tarde en la hoguera, con nuestras ropas
sucias. Antes de echar la primera palada de arena sobre él, pude ver como abría
los ojos. Y me miró. No, no estaba muerto. Al menos, no cuando nosotros lo
tiramos al agujero. La última imagen que tiene del mundo es verme a mí, a su
hijastra, echándole arena sobre la cabeza. Nunca olvidaré su cara de terror.
Pero tampoco olvidaré la cara de mi madre al descubrir que había desaparecido,
y que nadie sabía dónde estaba. Por un lado, de temor, porque era su segundo
marido, y le quería. Por otro lado, de alivio, pues no volvería a ponerle la
mano encima.
No quiero que me busques, ni que intentes saber quién soy.
Solamente decirte que necesitaba contárselo a alguien, pero no podía ser
alguien conocido, pues me denunciarían. No te digo mi verdadero nombre, ni el
de mis amigos. Son todos falsos. Si fueran de verdad, podrías descubrirme.
Tampoco, como es obvio, te pongo mi dirección. Tu dirección la he cogido a
boleo. Un día iba por la calle. Tú casa me gusto. Muy bonita, muy grande. Decidí
mandártela a ti, porque tienes cara de buena gente. Espero que me entiendas. No
me tomes por una psicópata, ni nada. No lo soy. Solamente he matado a mi
padrastro para que no volviera a tocar a mi madre. Nadie se enteró de quien lo hizo.
No dejamos ninguna prueba. Nada. Es como si se hubiera esfumado. Mejor. Ahora,
nadie más sufrirá por su culpa.
Me pregunto si alguna vez has pensado en matar a alguien… La
verdad es que es algo… Raro. Llamémoslo así. No sabría el por qué, pero es
raro. Por otro lado, si odias demasiado a esa persona, es hasta gratificante.
También has de tener en cuenta que yo no maté a mi padrastro. Eso lo hicieron
mis amigos. Podría haberlo hecho. Coger una pistola y pegarle un tiro. Abrirle
la cabeza. Pero no. Preferí que sufriera como jamás lo haría.
¿Sabes que fue lo que más me gustó? Que me mirase justo
antes de echarle la arena en la cabeza, cuando fuimos a enterrarlo. Dicen que
lo último que ves antes de morir, es lo que se te queda en la retina para
siempre. No sé si será verdad o no. Pero cuidé el tener una sonrisa, para que
al menos, me viera feliz. Feliz de haber conseguido deshacerme de él por fin.
Feliz por que no volvería a tocar a mi madre. Ni a mis hermanos, ni a mi
hermana, ni a mí. Por si acaso se le había pasado por la cabeza.
Vaya… Ahora que lo pienso, puede que sí sea un poco psicópata.
(Con este relato conseguí el 1º premio de literatura del IES San Isidoro de Sevilla)
(Con este relato conseguí el 1º premio de literatura del IES San Isidoro de Sevilla)
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