jueves, 23 de mayo de 2013

Cartas a un desconocido.

La oscuridad de la carretera era pura. Solo se veía el pequeño tramo de los faros del coche. A los lados, oscuridad. Negro, todo negro. Tampoco había ruido alguno. Ni lobos, ni búhos. Nada. La luna no se veía, estaba perdida tras las nubes. Nubes oscuras, de tormenta. Pero no había ninguna tormenta. Paré el coche, dejé las luces encendidas y salí. Él no quiso salir del coche. Yo necesitaba respirar aire, echarme un cigarro, estirar las piernas. Todo en aquella noche había pasado deprisa, muy deprisa. Me apoyé en el capó, mirando hacia la derecha, intentando ver algo más allá de los bordes de la carretera. Pero no veía nada. Apenas se diferenciaban los árboles del fondo. Cesé en mis intentos de ver algo a lo lejos. Terminé el cigarro que se iba consumiendo lentamente entre mis labios. Le miré, con el brazo fuera de la ventanilla, y la cabeza apoyada en él.
-Relájate,Violet  –me dijo tranquilamente –No pasa nada.  
No podía relajarme. No sabía cómo hacerlo. No pensaba que esto fuera a llegar tan lejos.
-Lo que ha pasado –continuó diciéndome –pasa mucho más de lo que te imaginas. Y nunca nadie descubre nada. –lo decía tranquilamente, como si fuera algo que pasaba todos los días.
-No puedo relajarme, Tate. Esto es algo que me supera un poco.
-Te avisé de que no deberías de haber venido conmigo. Te avisé de que sería algo bastante complicado –me dijo mientras bajaba del coche –Si no puedes seguir, lo dejamos aquí y mis amigos y yo nos encargamos de terminar todo.
Suspiré, saqué otro cigarro y lo encendí. No sabía qué hacer. Mis pensamientos estaban ocupados por ese instante en el que él estaba en el suelo, desplomado. El resto, era algo difuso.
-No, no. –respondí –he llegado hasta aquí, y lo terminaré. Solo que me supera un poco.
Tate se acercó a mí, me sujeto la cintura y me miró fijamente.
-De verdad –me dijo –si no puedes seguir, lo haremos nosotros.
Yo quería terminarlo, pero me superaba…
-Yo lo empecé, yo lo terminaré. –dije. Esperé unos segundos, y le besé.
Pasamos un rato hablando. La luna ya se veía. No había nubes. Luna llena. Nada de frío. El calor podía llegar a ser agobiante  en una noche como esa. Las horas pasaban lentamente, pero pasaban. Poco a poco se iba acercando el momento de terminar todo. En el reloj, las 3 de la madrugada ya habían pasado. En mi cabeza, seguían siendo las 10 de la noche.
-Tenemos que irnos. Nos esperan –dijo Tate levantándose del suelo. Nos metimos en el coche. El olor empezaba a cambiar. Empezaba a ser una mezcla de sangre y suciedad con sudor. Olor a muerte.
-Terminemos ya –dije al arrancar el coche –este olor es asqueroso.

Tate me miró y se rió. Me encantaba su risa. Era tan alegre como tranquilizadora. “Gira a la derecha, y a los 100 metros, para” me dijo. Al llegar, todo era más oscuro que antes. Habíamos aparcado entre árboles, en medio del bosque. Salimos del coche, y ya no existía un silencio sepulcral. Se oían voces a lo lejos. Ya estaban todos allí, solo faltábamos nosotros. Y él. Él era el más importante. Nos pusimos detrás del coche, listos para abrir el maletero “¿Segura, Violet?” me susurró Tate.
-Segura –respondí. Y abrí el maletero. En él no había más que una mochila y una gran maleta. Una maleta lo suficientemente grande como para albergar un cuerpo, ya sea vivo o muerto. De la mochila sacamos dos grandes linternas y me la eché a cuestas. Tate cogió la pesada maleta, y empezamos a andar, adentrándonos aún más en el bosque. Poco a poco, empezamos a ver el humo y la luz de una fogata. Cruzamos los últimos árboles, y llegamos con ellos. Nada más vernos, vinieron a saludarnos y a ayudar a Tate a dejar la maleta por ahí. “¡Llegasteis! ¡Ya era hora! ¡Un poco más, y nos dormimos!”. Tras saludarnos y estar de risas, me di cuenta de que faltaba Josh.
-No podía seguir con esto. Así que le dijimos que se fuera a casa. Nos pidió que le mantuviéramos informado.
-Vale, y ahora… ¿podemos terminar ya con esto?  Esa maleta empieza a apestar demasiado.
-Y a sangrar sola. ¡Qué asco! –dijo Tate al acercarse. Tenía las manos y la ropa manchada de sangre.
-Muy bien –dijo nada más estar todos juntos –al lío. Hay que abrir un poco más el agujero, y listo.
Se pusieron manos a la obra en seguida. Mientras unos cogían arena con las palas, otros fueron hacía la maleta.
-¡Esto huele que apesta! ¡Terminad ya! –decían y se quejaban un par de chicos más Tate mientras llegaban hacia el agujero.
Lo que había que hacer ahora, era fácil. Sacarle, y tirarle al agujero. Luego, taparlo. Y todo quedaría hecho. Parecía fácil, hasta que la maleta se abrió y vi su cara descompuesta. Me quedé paralizada, y recordé lo ocurrido a las 10 de la noche.

Estaba en la calle con él, con mi padrastro. Todo iba bien, todo estaba perfectamente planificado. Cenamos juntos, para arreglar nuestras diferencias. Lo hablamos todo. Sobre mi madre, mis hermanos y mi hermana… Todo. Menos un pequeño detalle por el cual él estaba muerto en la maleta. Al mi padrastro se le olvidó pedir perdón por haber pegado a mi madre y haberla roto un brazo. Y eso me cabreó demasiado. Todo estaba planificado. Todo, al detalle.  Tras la cena, fuimos a dar un  paseo. Y en una calle vacía, me paré. En realidad, no estaba vacía. Entre las sombras estaba Tate y sus amigos ocultos. Le dejé en medio de la calle y empecé a andar hacia atrás, desapareciendo poco a poco de su vista. Ocultándome en la oscuridad.
-Lo que te va a pasar ahora –le dije mientras él no me veía –no quiero que me lo tengas en cuenta.
-¿Dónde estás? ¿Qué haces? No quiero jugar. –me dijo él.
-No es un juego, es tu castigo por lo que le hiciste a mi madre –me callé 2 minutos. No se oía nada –Vamos, chicos. Demostradle que sabéis hacer.
Y poco a poco, fueron apareciendo uno tras otro. Primero Tate, justo delante suya. Por detrás, Josh. Después T.J… Y así, hasta que 7 chicos le rodearon y empezaron a empujarlo.
-Nos han contado que eres un hombre malo –dijo Tate. –Y a nosotros no nos gustan los hombres malos.
-¿Qué queréis? ¡Dejadme en paz! –gritaba él -¿A qué juegas, Violet?
-No, le has hecho daño a una amiga nuestra con tus tonterías de machito por pegar a su madre. Y ahora, el daño te será devuelto. Te lo mereces.
-¡Ahora! –grito Pablo.
Y entre todos, empezaron a pegarle. Se oía a mi padrastro gritar, pedir auxilio. Pero yo no salía de la oscuridad de la calle. Mis amigos no me veían tampoco. Yo estaba con los ojos cerrados. Solo quería oír sus gritos de auxilio. Y las patadas, y los puñetazos. Me gustaba oír esos ruidos. Y poco a poco, las patadas seguían, pero los gritos iban cesando. De gritos, pasaron a pequeños gemidos de dolor. Tras eso, nada. Pararon de dar patadas, y todos le miraron tirado en el suelo, ensangrentado, con la cara descompuesta. Abrí los ojos, me acerqué a ellos, y solo pude decir “Gracias”.
Me ayudaron a meterlo en la maleta, y acordamos vernos en el bosque del kilómetro 33. Se fueron, metimos la maleta en el maletero, y Tate y yo nos fuimos por otro lado. El resto, fue el viaje hasta allí, y como lo enterramos.

Has de saber una cosa. Cuando le enterramos, fue sin la maleta. La maleta la quemamos más tarde en la hoguera, con nuestras ropas sucias. Antes de echar la primera palada de arena sobre él, pude ver como abría los ojos. Y me miró. No, no estaba muerto. Al menos, no cuando nosotros lo tiramos al agujero. La última imagen que tiene del mundo es verme a mí, a su hijastra, echándole arena sobre la cabeza. Nunca olvidaré su cara de terror. Pero tampoco olvidaré la cara de mi madre al descubrir que había desaparecido, y que nadie sabía dónde estaba. Por un lado, de temor, porque era su segundo marido, y le quería. Por otro lado, de alivio, pues no volvería a ponerle la mano encima.
No quiero que me busques, ni que intentes saber quién soy. Solamente decirte que necesitaba contárselo a alguien, pero no podía ser alguien conocido, pues me denunciarían. No te digo mi verdadero nombre, ni el de mis amigos. Son todos falsos. Si fueran de verdad, podrías descubrirme. Tampoco, como es obvio, te pongo mi dirección. Tu dirección la he cogido a boleo. Un día iba por la calle. Tú casa me gusto. Muy bonita, muy grande. Decidí mandártela a ti, porque tienes cara de buena gente. Espero que me entiendas. No me tomes por una psicópata, ni nada. No lo soy. Solamente he matado a mi padrastro para que no volviera a tocar a mi madre. Nadie se enteró de quien lo hizo. No dejamos ninguna prueba. Nada. Es como si se hubiera esfumado. Mejor. Ahora, nadie más sufrirá por su culpa.
Me pregunto si alguna vez has pensado en matar a alguien… La verdad es que es algo… Raro. Llamémoslo así. No sabría el por qué, pero es raro. Por otro lado, si odias demasiado a esa persona, es hasta gratificante. También has de tener en cuenta que yo no maté a mi padrastro. Eso lo hicieron mis amigos. Podría haberlo hecho. Coger una pistola y pegarle un tiro. Abrirle la cabeza. Pero no. Preferí que sufriera como jamás lo haría.

¿Sabes que fue lo que más me gustó? Que me mirase justo antes de echarle la arena en la cabeza, cuando fuimos a enterrarlo. Dicen que lo último que ves antes de morir, es lo que se te queda en la retina para siempre. No sé si será verdad o no. Pero cuidé el tener una sonrisa, para que al menos, me viera feliz. Feliz de haber conseguido deshacerme de él por fin. Feliz por que no volvería a tocar a mi madre. Ni a mis hermanos, ni a mi hermana, ni a mí. Por si acaso se le había pasado por la cabeza.
Vaya… Ahora que lo pienso, puede que sí sea un poco psicópata.


(Con este relato conseguí el 1º premio de literatura del IES San Isidoro de Sevilla)

No hay comentarios:

Publicar un comentario