He saltado desde precipicios más altos que este y he salido ilesa.
Me he hecho los típicos rasguños por caer de rodillas, pero me he levantado.
Tal y como hacen los valientes.
Me he creído los te quiero más efímeros y falsos que podáis imaginar,
y sigo viva.
He abrazado cuerpos que pensaba que me estaban abrazando,
pero solo retrasaban el momento de decir “adiós”.
He besado sonrisas pensando que eran las más bonitas,
las sinceras.
Me he vestido pensando que nadie me miraba
y tenía encima dos ojos que muchas veces me han visto pero
de lo que deberían.
He caminado por rayos de luz sin saber que una sombra me seguía hasta el final.
Me he dormido abrazada a la almohada, esperando que se convirtiera en él.
Y no lo ha hecho.
Y sigo viva.
Me he atrevido a llamarme valiente por haber decidido seguir viviendo.
Dejé de creerme todo lo que oía. Observé un poco más mi alrededor,
y fíjate, ahora hasta me atrevo a contarlo.
No os preocupéis por mí, de verdad.
No tengo muchos años, pero poco a poco voy sabiendo más.
Como que debo reír todo el día, o al menos llevar una sonrisa en la cara;
o que nada de lo que se diga a mis espaldas deba afectarme;
o que los buenos amigos son esos que se queda.
También he aprendido que no solo se van los buenos,
también que no debo llorar más.
He descubierto el secreto de la felicidad
y no ha sido destapando una botella de coca-cola,
ha sido mirándome a mi y llamándome valiente.
Pero que me llame valiente no quita que no vaya a hablar de cobardía.
Me he enamorado de miradas y no me he atrevido a decirles nada.
Me he atrevido a aguantar más de lo que podía aguantar.
Me he atrevido a llorar sabiendo que yo no fui.
Sabiendo que yo no tuve la culpa.
Y ahora ya no me importa.
Por eso me atrevo a hablar de cobardía
y llamarme valiente.